La existencia de los caballos salvajes en el Parque Provincial Ernesto Tornquist de Sierra de la Ventana es de conocimiento de muchos, pero muy pocos saben de su impacto negativo en el ecosistema, y a su vez de su origen vinculado a un trascendental acontecimiento histórico internacional en materia equina.

Estos hermosos cimarrones, transitan sus días entre los pastizales y las rocas de las serranías. Son varias manadas compuestas por aproximadamente 300 caballos y aunque no hay datos registrados u oficiales sobre su procedencia, la historia cuenta que tienen su origen en una manada de lobunos que Emilio Solanet le regalara a Martin Tornquist.

Pero en la actualidad, una nueva intervención sobre ellos se asoma en el horizonte, según pudo trascender en distintos medios regionales, en donde el biólogo Alberto Scorolli alerta sobre una situación preocupante debido al número de ejemplares que ha alcanzado a albergar la Reserva Natural del Parque Tornquist, donde se tiene por objetivo la preservación del pastizal pampeano serrano.

El problema radica en que los caballos se alimentan del pastizal y con los vasos en sus patas lo destruyen, además de que nunca fueron manejados y esto derivó en que interfieran seriamente con el cumplimiento de los objetivos del área.

Así entonces es que existe la posibilidad de que se repita una remonta como la que hubo en el año 2007, en la que cientos de animales que fueron destinados al ejército y a campos privados, terminaran finalmente en frigoríficos, según nos cuenta Rosana Silvera, presidenta de la Asociación Civil Cimarrón Equino, a quien entrevistamos para ahondar en más información.

Silvera sostiene que se creó la asociación ante la “necesidad imperiosa de defender las manadas de caballos salvajes de la Argentina». Nos relata que “en la actualidad los caballos cimarrones de Argentina son únicos en el mundo, sus características particulares no se parecen a otros caballos salvajes del planeta, aunque tiene algunas ‘similitudes’ con el Mustang Americano, y están siendo mermados por leyes que no contemplan su valor histórico».

Ya en otras publicaciones de Sierrasdelaventana.com.ar hemos difundido las virtudes del pastizal, y la esencial importancia de su cuidado y preservación, pero realizamos esta nota, sin ánimo de entrar en la discusión de “Los caballos o el Pastizal”, con el objetivo de echar luz y conocimiento sobre la existencia de estos ejemplares únicos que pueblan las sierras del sudoeste bonaerense, que son patrimonio del pueblo argentino por estar directamente vinculados a “Gato y Mancha” (quienes marcaron un hito en la historia nacional equina), además de ser la única manada de Latinoamérica de caballos criollos en estado salvaje y una de las pocas que existen en el mundo.

El origen de los caballos salvajes

Todo comienza con Emilio Solanet, quien fuera un médico veterinario, productor agropecuario, profesor universitario y dirigente político, que lo más importante o quizá su labor más patriótica fuera la recuperación y perfeccionamiento de la raza Criollo Argentino.

En 1912 trae a la Estancia El Cardal de Ayacucho desde Chubut “un lote de 84 yeguarizos entre yeguas y algunos padrillos comprados al cacique Tehuelche Liempichún en la localidad de Alto Río Senguer provincia del Chubut, descendientes de aquellos caballos españoles llegados con los conquistadores que más tarde fueron adaptándose al suelo argentino.

Una hazaña histórica

Pocos años después, el profesor suizo Aimé Tschiffel quería demostrar la fortaleza de los rústicos y nada estilizados caballos criollos, entonces logró ponerse en contacto con Emilio Solanet y convencerlo de su proyecto de unir a caballo Buenos Aires y Nueva York , y que le regalara para ellos dos caballos: Mancha y Gato.

Ambos caballos crecieron en la patagonia acostumbrados a las condiciones más hostiles. Mancha de pelaje overo y Gato de pelaje gateado tenían 15 y 16 años respectivamente cuando comenzaron la travesía el 23 de abril del año 1925.

Gato y Mancha

La travesía de Aimé junto a Gato y Mancha duro 1221 días (casi 3 años y medio) y recorrieron más de 21 mil kms, conquistando el récord mundial de distancia y también el de altura, al alcanzar 5900 msnm en el paso El Cóndor, entre Potosí y Chaliapata (Bolivia). El viaje se desarrolló en 504 etapas con un promedio de 46,2 km por día, con -18° C (bajo cero) de temperatura mínima y con 52° C de temperatura máxima.

El 20 de Septiembre del año 1928, Aimé montado en Mancha, su fiel compañero (Gato tuvo que quedarse en la Ciudad de México al ser lastimado por la coz de una mula), logró la hazaña de llegar a la Quinta Avenida de la Ciudad de New York, y sobre su pecho, en moño blanco y celeste, bien ganados como una condecoración. Y por ello el estado nacional designó el día 20 de septiembre como el «Día Nacional del Caballo».

Gato y Mancha en New York

La llegada al campo “La Blanqueada” (Parque Tornquist)

De esos mismos equinos comprados al Cacique Tehuelche por Solanet, que en su momento le regalara Gato y Mancha a Tschiffel, le obsequiaría a su amigo Martin Tornquist dos padrillos para utilizarlos como reproductores, quien por aquel entonces tenía el campo “La Blanqueada”, próximo a la actual localidad de Villa Ventana. Donado ese campo en el año 1936 al estado para la creación del Parque Provincial del Abra de la Ventana (caballos incluidos) es como acabaron aquellos caballos tehuelches en el Parque Tornquist. Así comenzó la historia de los caballos de la ventana.

Alojamientos y Cabañas en Villa Ventana

Las nuevas fronteras de la libertad

Para el año 1942, cuando el Parque Provincial Ernesto Tornquist era administrado por el Ingeniero Honorio Irazabal, ya contaba dentro de sus 4876 hectáreas con un pequeño lote de yeguas chúcaras y un par de caballos de silla que se empleaban para recorrer el parque.

Es bien sabido que los campos serranos, en virtud de sus desniveles y por hallarse surcados por infinidad de arroyuelos, en épocas de fuertes precipitaciones se transforman en torrentes avasallante. Así es como las alambradas que delimitan los diversos potreros, ven destruido sus “miriñaques” (así se denomina al alambrado tejido de orilla a orilla que impide el paso de los animales cuando el lecho del arroyo se seca), y si el personal no acude con urgencia a efectuar la correspondiente reparación, los caballos pueden transponer los límites de su potrero y se internan en otros.

Esto fue precisamente lo que ocurrió durante las grandes crecientes que tuvieron lugar en El Abra en abril de 1944, y que tuvieron consecuencias catastróficas en la zona serrana e inundación en el pueblo de Sierra de la Ventana, donde lluvias torrenciales que sobrepasaron los 300 mm en 48 horas, justamente en un jueves y viernes de semana santa, dejaron un trágico saldo de 50 personas muertas y daños materiales por millones de pesos, incluyendo la destrucción total de los miriñaques, quedando los campos totalmente abiertos.

inundación en sierra de la ventana

Probablemente por la carencia de personal, los caballos no fueron vueltos a sus predios de origen. El nuevo hábitat les ofreció amplias posibilidades para multiplicarse en un ambiente desértico y totalmente salvaje. El contacto con la naturaleza silvestre los hizo cerriles, y con el transcurso del tiempo se adaptaron al medio, convirtiéndose en indómitos habitantes de las sierras. Los sementales más fuertes formaron sus manadas y hoy los vemos dueños de sectores serranos donde impera la ley del más fuerte.

Caballos Cimarrones o Salvajes del Parque Provincial Ernesto Tornquist de Sierra de la Ventana

Desde entonces, los caballos parientes de los inmortales “Gato” y “Mancha”, constituyen un magnífico colofón del conjunto natural con que la región ha sido dotada, pero con una creciente preocupación tanto por ellos como por las especies autóctonas y endémicas que conviven en conflicto directo, por la falta de una intervención y manejo acorde al valor que ambos revisten. Mientras tanto, en las escarpadas sierras continúan desafiando altaneros y valientes a quienes pretenden despojarlos de su territorio.

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Sergio Marto

Sergio Marto
Director del Portal de Turismo y Cultura
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